Con ocasión de la victoria del Partido Socialista Obrero Español hace 40 años traigo aquí algunos recuerdos y el comentario personal acerca de la situación actual de la Socialdemocracia. Tratar de dar respuesta a la pregunta ¿hacia dónde van los partidos tradicionales socialdemócratas?
Después de una noche agitada y emocionante, sobre las 02:30 de la madrugada, ya del día 29 de octubre de 1982, se producen unas imágenes que han pasado a la posteridad, Felipe González y Alfonso Guerra saludan desde un minúsculo balón del Palace a una enfervorizada ciudadanía. El PSOE ganaba las elecciones con cerca del 49% de los votos y una mayoría absoluta de diputados, en concreto 202.
El tsunami electoral no dejaba dudas y fue consecuencia directa de varias circunstancias. El proyecto socialista (posteriormente socialdemócrata) era el único que conectaba con los deseos y expectativas de los ciudadanos, un líder carismático e indiscutible, con un partido unido y a su servicio. La conexión con los anhelos de la “mayoría” hizo todo lo demás. Era una apuesta decidida por el cambio, por la modernidad y la aproximación a Europa. Una tarea urgente encabezada por un político moderado y con la percepción de que era un “hombre de Estado”. Moderado porque él mismo se había encargado de transmitirlo en varias ocasiones, especialmente con el abandono de la figura de “Isidoro” y la renuncia al marxismo como ideología oficial del PSOE. “Compañeros, hay que ser socialistas antes que marxistas.”

Los ciudadanos tenían una clara conciencia de que el resto de formaciones políticas no eran capaces de implementar las reformas que el país necesitaba. Ni el recién creado Partido Popular, pero con ideas viejas y sospechosas; ni la banda en la que se había convertido UCD; ni el agotado proyecto del CDS de Suarez eran fiables y no había tiempo que perder. Al PCE se le agradecían los servicios prestados, pero su anquilosamiento no parecía lo más oportuno en aquel momento concreto.
Desde esa noche se pone en marcha en España el proyecto socialdemócrata, que tanto éxito había tenido en Europa desde los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial.
El proyecto consistía en implantar un proyecto basado en el compromiso con el fortalecimiento de la democracia , modelos educativos y sanitarios públicos y universales, subsidios por desempleo, coberturas de pensiones y diferentes políticas públicas que buscaran una redistribución de la riqueza y mayor justicia social. Todo ello aceptando las reglas del juego de la economía de mercado. La puesta en pie de un Estado de Bienestar, “desde la cuna hasta la tumba.”
La socialdemocracia implicaba para los gobiernos de Felipe González la aceptación de una economía de mercado y de una democracia parlamentaria como marcos en los que se va a atender los intereses de amplias capas de la población, lo que se llamó “proyecto con vocación de mayorías”. Aceptación del capitalismo, pero con la intervención de un Estado fuerte y democrático que lo regule a través de la intervención de la política, no de las élites y poderes económicos.
Hubo un tiempo, demasiado corto desafortunadamente, en la que un ciudadano cruzaba Europa de Norte a Sur, de Suecia a la Península Ibérica pasando por gobiernos socialdemócratas. Era la época de los grandes líderes de esa corriente política : Willy Brant, Francois Miterrant, Mario Soares, Olof Palme y, por supuesto, Felipe González
Resulta curioso y a la vez oportuno un rápido análisis de cómo España se vuelca con la fe del converso y la ilusión del novato en seguir el ejemplo europeo de propuesta socialdemócrata cuando ya el éxito de ésta se había debilitado y empezaba a perder apoyos electorales. Fácil, llegábamos tarde a la cita. Mientras varios países de la Europa occidental disfrutaban de un potente estado de bienestar, este país languidecía en medio de una desastrosa y abominable Dictadura.
Al mismo tiempo que los gobiernos socialistas del PSOE se dedicaban a poner en pie el estado de bienestar, aparecían con fuerza las ideas neoliberales de Thatcher y Reagan. El intento de equilibrio entre socialdemocracia y neoliberalismo se decanta muy pronto hacía éste último. Los promotores de una “tercera vía”, especialmente Toni Blair, aunque también Bill Clinton y el alemán Schoder solo consiguen salvar algunos muebles manteniendo unos niveles de protección más laxos y tratando de humanizar la peor cara capitalista. Cuando en una ocasión le preguntaron a Margaret Thatcher cuál era su mejor herencia, respondió : “mi mejor legado es Toni Blair”. Significativo.
La Gran Recesión del 2008 tensionó gravemente a la socialdemocracia y las políticas de austeridad regresivas de la Unión Europea la fundieron, ¿definitivamente?, hasta el punto que los votos de castigo, la desmovilización y la aparición de otros actores políticos a la izquierda (Syriza, Podemos, Francia Insumisa….) la metieron en una grave crisis, incluso provocaron la desaparición de algunos partidos socialdemócratas. Solo España y Portugal, últimamente Alemania, parecen sobrevivir a este proceso, constituyendo una anomalía en Europa.
Sin embargo, la pandemia y la crisis reciente provocada por la guerra de Ukrania parecen poner de manifiesto que más que nunca siguen vigentes los principios socialdemócratas y, al mismo tiempo, es una buena oportunidad, aunque arrastren al definitivo adiós a varios partidos tradicionales que representaban esa corriente. La supervivencia de tales principios requerirá una profunda transformación ideológica si no queremos adentrarnos en un futuro peor que incierto.
El 28 de octubre es una buena ocasión, y de eso van estas líneas, para poner en marcha una renovada socialdemocracia.

No tocaba hoy valorar los 14 años de gobiernos de Felipe González, con sus claros y sombras, con sus logros y fracasos, incluidas corrupciones y gales. Es una celebración histórica, al menos para los que creímos en el proyecto y particularmente para los que nos consideramos más hijos de la Democracia, que nietos de la República, dicho desde la memoria y el recuerdo, pero sin nostalgias.
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