La vida cotidiana, si vivida de forma espontánea, esta plagada de complicidades, cada una de ellas con su propio matiz, y, todas envolviendo las relaciones sociales en un manto de misterio.
Complicidad, extraña palabra, realidad compleja e inapelable destino. El ser humano, por naturaleza, esta abocado a un estado de permanente complicidad. Curiosamente, este término, despojado de su familiaridad, ubica al hombre, a la persona, en la acera de lo delictivo, de lo prohibido. Cómplice, se dice de la persona que de una manera u otra es participe de un delito. Complicado concepto que retrata toda la complejidad de la vida humana. Así es; si el ser humano, de naturaleza cambiante, es imperfecto, entonces es natural que su vida este teñida permanentemente por su ser de cómplice. ¿Podríamos decir, entonces, que complicidad y humanidad, son inseparables? ¿O que la medida de la humanidad está en el grado de complicidad?
Complicidad, el arte de lo prohibido; otra lectura de las múltiples dimensiones y matices de ser cómplice. No cabe duda de que esa es la dimensión más recreada por lo poderosos, por los trabajadores de cuello blanco, por los participes en el crimen organizado y no penado. Sus delitos, escurridizos, no tipificados, son los que nunca terminan en condena, porque se mueven en el deber ser de la vida de los negocios y las financias. Infelizmente, algunos de estos delitos, hasta son bien vistos socialmente. Incrementa el estatus, la posición social y el éxito fingido para construir la nueva realidad social de la opacidad…
Complicidad, actitud vital de la vida cotidiana. Desde el reconocimiento de la debilidad humana, de la necesidad de la comunicación con el otro, de que transitamos en medio de humanos, esta complicidad está cargada de sentido. Es la complicidad de barrio, cuando vamos al mercado, cuando nos tomamos un vino o un café en el bar de la esquina, cuando nos encontramos con el vecino. ¿Acaso estas escenas de la vida cotidiana, las podemos considerar como delictivas?. ¿O más bien las tenemos que situar en la esfera de lo prohibido, si como tal contemplamos a todo aquello que se aleje de las convenciones sociales?. Efectivamente, cuando en las relaciones con las otras personas, nos alejamos de las convenciones sociales, nos adentramos en los mundos de la complicidad. Podría decirse que el ser cómplice, conforma nuestro principal arte de vivir. La complicidad, así contemplada, rompe la rutina, genera nuevas formas de comunicación, quiebra las tensiones sociales y sustancia la vida humana de esa chispa de emotividad.
Complicidad sexuada, la de los hombres con las mujeres o entre ellos, y las de ellas entre si. ¡¡Qué enorme gama de complicidades se pueden producir en este mundo relacional sexuado¡¡
Complicidad, con nombre, personalizada, entrañable, cercana; la caricia del vivir. Esta es la que , a veces, nos negamos a vivir, a compartir y sentir. ¿Haremos de ella el arte de lo posible? ¿la ornamentaremos de gestos, de palabras, de pensamientos, de primaveras?. ¿Tendremos el valor de hacerla presente en nuestro vivir de cada día?.
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