El encierro de estos días, no se por qué, o si, me ha reconducido a releer la obra del filósofo y teólogo luterano alemán Dietrich Bonhoeffer, resistente frente al nazismo, condenado y ejecutado en abril de 1945, poco antes de que las tropas soviéticas entraran en Berlín. Desde sus convicciones (cristianas luteranas) combatió al régimen nacional-socialista, hecho que le condujo a la cárcel, desde donde mando estas cartas a su novia María von Wedemeyer.
Cartas de amor de enamorados, de una jovencísima María von Wedemeyer, apenas contaba con 20 años, y un hombre maduro, en el entorno de los 40, por el que sentía un gran amor y una enorme admiración. En esas cartas, alejadas de su radicalismo teológico, como viene a poner de manifiesto, José J. Alemany, en los comentarios que hace sobre esta obra en «La Revista de Libros» (01/09/1999), hay que considerar la «valoración de la inserción del cristiano en los compromisos terrenos, frente a todo espiritualismo desencarnado» .En fin, la visión de una fe arraigada y comprometida, muy alejada del espiritualismo que se refugiaba en la religión y se alejaba de las difíciles circunstancias vividas por los ciudadanos y cristianos que combatían frente a las injusticias y atentados de un régimen totalitario. Bonhoeffer, tuvo siempre claro que el cristianismo era incompatible con el nacional socialismo y sus doctrinas raciales. Por todo ello, no solo defendió su libertad para «predicar el evangelio», sino también y sobre todo para poner en riesgo su vida como un el cristiano que se resistía a Hitler y que ayudaba a los judios para eludir ser capturados. En 1936, se le prohibe enseñar en la Universidad de Berlín. El 5 de abril de 1943 fue arrestado y encarcelado, acusado de sublevarse contra las fuerzas armadas. Luego del fallo en su contra en 1944, fue enviado a Buchenwald y finalmente al campo de concentración de Flossenbürg. El 9 de abril de 1945 lo ejecutaron en la horca. Tenía 39 años.
Al tiempo que traemos aquí este recuerdo, 75 años después, abrimos esta ventana en plena crisis del coronavirus, para honrar su memoria e ir recogiendo algunas de sus cartas y las de su amada María von Wedemayer.
Para comenzar recogemos aquí, uno de sus poemas escritos desde su cautiverio:
¿QUIÉN SOY?
¿Quién soy? Me dicen a menudo
que salgo de mi celda,
sereno, risueño y seguro,
como un noble de su palacio.
¿Quién soy? Me dicen a menudo–,
cuando hablo con mis carceleros,
libre, amistosa y francamente,
como si mandara yo.
¿Quién soy? Me dicen también
que soporto los días de infortunio
con impasibilidad, sonrisa y orgullo,
como alguien acostumbrado a vencer.
¿Soy realmente lo que otros dicen de mí?
¿O bien sólo soy lo que yo mismo sé de mí?
¿Intranquilo, ansioso, enfermo,
cual pajarillo enjaulado,
aspirando con dificultad la vida,
como si me oprimieran la garganta,
hambriento de colores, de flores, de cantos de aves,
sediento de buenas palabras y de cercanía humana,
temblando de cólera ante la arbitrariedad y el menor agravio,
agitado por la espera de grandes cosas,
impotente y temeroso por los amigos en la infinita lejanía,
cansado y vacío para orar, pensar y crear,
agotado y dispuesto a despedirme de todo?
¿Quién soy? ¿Éste o aquel?
¿Seré hoy éste, mañana otro?
¿Seré los dos a la vez? ¿Ante los hombres, un hipócrita
y ante mí mismo, un despreciable y quejumbroso débil?
¿O tal vez lo que aún queda en mí se asemeja al ejército derrotado
que se retira en desorden
sin la victoria que se creía segura?
¿Quién soy? Las preguntas solitarias se burlan de mí.
Sea quien sea, Tú me conoces, tuyo soy, ¡oh, Dios!
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