Nunca en mi vida he amado a ningún pueblo,
ni colectivo…El único amor que conozco y en el
que creo es el amor a las personas” (Hannah Arendt)

Hace tiempo que observo con curiosidad el conflicto entre España y Catalunya y aparentemente no resulta fácil comprender que surja en momentos en que la globalización no parecería dejar espacio a este tipo de movimientos soberanistas. Justamente la pandemia ha demostrado que las fronteras solo existen en nuestra cabeza y la globalización es imparable, es hija de la tecnología. Sin embargo, por paradójico que parezca, las crisis económico-financieras y sociales e incluso políticas han despertado con fuerza nacionalismos salvadores que protegerían, así lo creen muchos ciudadanos, de los efectos más devastadores de dicha globalización hasta el
punto de que se habla de movimientos desglobalizadores.
Las nuevas realidades generan un instinto defensivo en quienes temen que esta globalización anule una manera de vivir y se repliegan hacia los nacionalismos.
La crisis de relaciones entre el Estado español y la Generalitat tiene su origen en un entorno geoestratégico en el que la globalización ha debilitado la soberanía de los Estados y, al mismo tiempo, ha excitado la movilización defensiva de identidades colectivas que se sienten amenazadas. En la medida en que se homogeinizan las sociedades producto de la globalización, surgen reclamaciones identitarias exigiendo una distribución interna del poder. O acaso el enfrentamiento Estado español-Independentismo no es una lucha de poder?
No obstante, aunque el llamado proceso catalán hacia la independencia haya surgido en este contexto globalizador no deja de tener otras connotaciones propias, desde históricas hasta una fuerte desafección más reciente. No es casualidad que explosione estos últimos años: el desgaste de un Estado autonómico cogido con pinzas, la crisis económica de 2.008 y, aunque en menor medida, la corrupción del principal partido nacionalista de Catalunya no son ajenos a la situación creada. Como tampoco la
decepcionante respuesta del Partido Popular- Mariano Rajoy, primero con la formidable campaña con motivo del Estatuto del 2.006, después con las oscuras maniobras en el Tribunal Constitucional y, finalmente, con la pasividad ante las demandas nacionalistas.
El tiempo libre que el confinamiento ofrecía era una buena ocasión para leer y documentarse sobre el tema y, posteriormente, escribir sobre ello en un intento de comprender los sentimientos, motivos y decisiones que llevaron a un callejón de difícil salida a pesar de la esperanzadora activación del “Parlem”, el deseado Diálogo.
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